CURVAS, TITANIO Y VANGUARDIA: EL MUSEO GUGGENHEIM

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Mármoles Pedro Lifante

En el mes de octubre se cumplirán 20 años de la inauguración de uno de los edificios más representativos del norte de España y, sobre todo, el culmen del más grande de los progresos. Su diseñador, el canadiense Frank O. Gehry, está considerado como uno de los arquitectos más importantes e influyentes del mundo, y no es para menos: su célebre estilo personal, capaz de incorporar multitud de formas y materiales insospechados, es especialmente considerado por los amantes del arte y la arquitectura. Sin lugar a dudas, el Museo Guggenheim de Bilbao ya no sólo es una de sus obras más conocidas, sino un magnífico ejemplo de la arquitectura más vanguardista del siglo XX (Guggenheim-Bilbao, 2017): su atrevida y osada estructura, así como su diseño innovador, confirman un contexto muy seductor para todo el arte que allí se exhibe.

Cuatro años hicieron falta para crear esta curiosa estructura escultórica a los pies de la ría del Nervión, espectacular, perfectamente integrada en la trama urbana de Bilbao, en su entorno y en su personalidad (Guggenheim-Bilbao, 2017). El museo está rodeado de atractivos paseos y plazas en una zona de reciente urbanización, superando el pasado industrial de la zona. Además, la entrada principal se encuentra en una de las principales vías que cruza Bilbao formando una diagonal, lo que extiende el casco urbano hasta la misma puerta del museo. Desde su inauguración se constató, pues, un impacto extraordinario en la economía y en la sociedad vasca, gracias a su impulso del turismo, a la revitalización de múltiples espacios y a la mejora de la imagen de la ciudad (Larrauri, 2001). Bilbao pudo ser testigo de su propio fenómeno de transformación a raíz de la construcción de esta impresionante pieza arquitectónica.

En todo momento, es posible observar una compleja fusión entre formas curvilíneas y retorcidas con una fascinante abstracción, todo ello recubierto de piedra caliza, elementos de cristal y planchas de titanio. Cuenta con una superficie total de 24.000  metros cuadrados, de los cuales más de 10.000 están reservados para exposiciones, distribuidos en un total de 20 galerías: desde exposiciones de arte de obras pertenecientes a la Fundación Guggenheim hasta exposiciones itinerantes tienen cabida en un edificio que no tardó en relevarse como uno de los más espectaculares deconstructivistas (Pagnetto, 2015).

En todo momento se observa la fragmentación propia de este estilo, su proceso no lineal de construcción y su interés por manipular las ideas de la geometría, distorsionando y descolocando ya no sólo algunos de los principios elementales de la arquitectura, sino la propia percepción del turista de a pie, que observa el Guggenheim desde una perspectiva envolvente, impredecible y un tanto caótica, pero bella y distinguida al mismo tiempo.

El exterior del Guggenheim, cuyo contorno puede recorrerse de manera íntegra, presenta diferentes configuraciones desde las distintas perspectivas, albergando piezas de creadores como Louise Bourgeois, Eduardo Chillida, Yves Klein, Jeff Koons o Fujiko Nakaya (Guggenheim-Bilbao, 2017). Ni una sola superficie plana asola su estructura: visto desde el río, el Guggenheim aparenta tener la forma de un barco que rinde homenaje a la ciudad portuaria en la que se ubica. De hecho, sus brillantes paneles de titanio tratan de simular las escamas de un pez, lo que recuerda las influencias orgánicas presentes en numerosos trabajos de este arquitecto. Visto desde arriba, el edificio simula tener la forma de una flor, dominando las vistas desde el nivel del río, donde tan sólo su reflejo se convierte en una verdadera obra de arte. En cambio, y desde la calle, su aspecto es mucho más modesto, lo que hace que tanta vanguardia no desentone entre la tradición de los edificios colindantes.

El interior tampoco deja a nadie indiferente: una vez en el vestíbulo, el visitante puede acceder al atrio, la esencia del Guggenheim, un gran espacio diáfano de volúmenes curvos capaces de conectar interior y exterior gracias a enormes muros cortina de vidrio y un gran lucernario cenital. Una vez dentro, tres niveles se organizan en torno al atrio, inteligentemente conectados mediante pasarelas curvas, ascensores de titanio y cristal y torres de escaleras, permitiendo el acceso a una gran variedad de galerías, que oscilan entre lo más clásico y lo más vanguardista (Guggenheim-Bilbao, 2017). Versatilidad, idoneidad y, sobre todo, una gran ausencia de desbordamiento: todo está en su justa medida.

Tal y como puede percibirse, tanta deconstrucción y expresión dan lugar a un diseño de apariencia flexible en relación a las normas arquitectónicas: sus planos envolventes y su divertida alteración del orden conocido tienen como consecuencia un museo innovador que permitió renovar y modernizar la ciudad de Bilbao, ante el inminente deterioro de la zona portuaria. Ahora, el Museo Guggenheim es una popular atracción turística, que atrae anualmente a miles de turistas de todo el mundo interesados, además de por sus exposiciones, por su curiosa combinación de la Piedra Natural caliza (de una variedad muy específica) con el cristal y el titanio (Pagnotta, 2015).

Definitivamente, qué bien sienta saber que España dispone de maravillas arquitectónicas como es el Museo Guggenheim.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Guggenheim-Bilbao (2017). Web oficial [en línea]. Recuperado de: https://www.guggenheim-bilbao.eus/.

Larrauri, E. (2001, 16 de enero). El Guggenheim afirma que el producto para limpiar la fachada cuesta 500.000 pesetas [en línea]. El País. Recuperado de: https://elpais.com/diario/2001/01/16/cultura/979599606_850215.html.

Pagnotta, B. (2015, 25 de marzo). Clásicos de Arquitectura: Museo Guggenheim Bilbao / Frank Gehry [en línea]. Plataforma Arquitectura. Recuperado de: http://www.plataformaarquitectura.cl/cl/764294/clasicos-de-arquitectura-museo-guggenheim-bilbao-frank-gehry.

 

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